Corría el año 92, cuando en Papel Salmón me publicaron el primer poema, al lado de otros jóvenes que nos atrevíamos a mostrar un trabajo tímido y muy marcado por las influencias del soneto de Robledo Ortiz, del Nocturno de Silva o del Creacionismo de Huidobro. No obstante, aquella circunstancia significó para mí el principio de un nuevo estilo de vida, de una entrega absoluta y verdadera que dura hasta hoy. Y es que eso ha hecho Papel Salmón en todo este tiempo: no solo nos muestra lo que sucede en el mundo del arte y de la literatura, con los maestros del momento, la convocatoria o reseña, sino que abre sus páginas a las nuevas generaciones que comienzan a mostrar una disciplina y un empecinamiento enfermizo por la creación literaria. Es, en síntesis, una escuela de formación gratuita, a falta de aquellos centros literarios, como la añorada Casa de Poesía Fernando Mejía Mejía, donde puede verse el paisaje que mejor entiende el espíritu.
Papel Salmón sigue, después de no sé cuántos años, alimentando esa misma sed literaria y artística, a caldenes y foráneos, con una calidad y una imparcialidad que le valen muchos elogios. Es un privilegio que cada semana podamos dejar a un lado las noticias criminales o políticas para saborear unos instantes un poema, un cuento, la anécdota del último premio, la figura del panorama nacional, entre otras noticias culturales. Pero esta ardua labor no sería posible sin la apuesta de Nicolás Restrepo Escobar, director de La Patria, de Gloria Luz Ángel Echeverri, Editora del Papel Salmón, y de su diseñador Virgilio López Arce; aunque por allí pasan y pasan grandes personajes, como el fallecido Orlando Sierra Hernández, de quien aprendimos su lucha frontal por una sociedad mejor, y el buen amigo Carlos Augusto Jaramillo, quien ahora es Editor de la Universidad de Caldas.
Finalmente, debo decir que a Papel Salmón mi generación le debe poco más que un tributo, pues en sus páginas crecimos y seguimos creciendo, conocimos un poco de más allá cuando la provincia parecía absorbernos, y aprendimos que la inmortalidad sí es posible con la palabra.