Recientemente salió publicado un artículo en la revista Cromos sobre la obra del escritor caldense Adalberto Agudelo Duque. En esta entrevista, el periodista Martín Franco, expone que Adalberto es el más “olvidado ganador” de una serie de autores colombianos que se ha dedicado a cosechar trofeos literarios, sea para romper algún record o para mantener su autoestima alta. 32 premios le reconoce: “Adalberto Agudelo Duque ha ganado 32 premios literarios y, sin embargo, muy pocos lo conocen. Casi nadie, a decir verdad. Pese a que ha pasado más de la mitad de sus 74 años escribiendo, ninguna editorial reconocida se ha animado a publicarlo, las librerías no tienen sus títulos en catálogo y en las bibliotecas públicas apenas aparecen tres o cuatro libros de cuentos y algunos relatos dispersos en diferentes antologías”.
La propuesta de Martín Franco sobre la vida y obra del escritor Adalberto Agudelo Duque, para muchos franca y objetiva, para otros perversa y amañada, es una cuestión que prefiero dejar abierta al juicio de quienes lo leen y no lo han leído. No tengo temor alguno de emitir mis propios conceptos sobre lo que significa o no su literatura en Caldas, su figura, su nombre; pero es una tarea, repito, para que la asuma cada lector con el juicio y la responsabilidad que ello le puede traer.
No obstante, a raíz de ello, decidí visitar al escritor Adalberto Agudelo en su propia casa, casi que siguiendo los pasos de Martín Franco, porque de un modo u otro siento que tanto uno como otro se ahogaron en una puesta en escena demasiado temeraria.
LA CASONA
A las 4 y 30 de la tarde de un día frío pero iluminado, llegué a La Casona, el lugar pactado para el encuentro. Allí, en una mesa junto a la barra, estaba Adalberto Agudelo Duque, con un poco más de canas pero con la misma seriedad que le he conocido y que quizás hace que le atribuyan un humor ácido o de viejo gruñón. Sentí curiosidad al verlo allí plantado en una silla, al abrigo de una chaqueta roja y un trago doble de ron con hielo. Su saludo fue afable, pese a mis prevenciones de años atrás y del artículo que pululaba esa semana. Lo acompaño con un café oscuro, sin azúcar como me gusta. Comenzamos a hablar de la historia literaria de Caldas en sus inicios, del fallecido Orlando Sierra, de la intertextualidad, de los jurados que otorgaron a sus libros inéditos los premios, de que es un “concursero profesional” porque se gana más así que con una editorial, de la Casona y sus múltiples historias, de su creencia que en Manizales no lo leen, de sus razones para no entender por qué hay gente que se empeña en descalificar los concursos literarios… “Son gente que no han ganado, que les da vergüenza decir que han participado en este o aquel concurso. Así es. O si no, mire que la escritora mexicana Elena Poniatowska recientemente se ganó el premio Biblioteca Breve; ¿es ella entonces una concursera?; ¿por ser ella quien es no tiene derecho a concursar? Que las editoriales de consumo no me publiquen, es otra cosa, porque los jurados de mis premios han sido de todos los tamaños. Quién es el equivocado: ¿Yo? ¿Ellos? ¿Las editoriales? ¿El periodista? ¿Los lectores?” No me arrepiento de concursar, y ahora con mayores ganas lo seguiré haciendo”.
Lleva su copa a la boca con suma religiosidad; hasta en el modo de ubicar la servilleta en la copa hay un rictus, lo admite. Luego insiste que si un ciclista se gana hoy la vuelta a Duitama, y años después se gana el tour de Francia, por qué debe ocultar que alguna vez ganó un evento de menor envergadura, arremete con cierta rabia, aludiendo a la descalificación de Martín Franco sobre los concursos que alguna vez se ganó en Caldas. “Pero cada premio es una sorpresa, cosa que él aún no lo sabe”.
Desde un viejo mostrador, el mesero me mira como con celo de lince, ya que debe pensar que soy otro periodista que pone palabras en su boca, y sin que sea invitado se acerca a vaciar un poco más de hielo en la copa de Adalberto y aprovecha para decir que no es cierto lo que en Cromos salió publicado, que fue malinterpretado y que por eso a Franco lo deberían expulsar, que no fue claro al transmitir lmucha de aquella información. Yo asumo una postura distante, o mejor ajena, ya que lo que se hizo en aquella ocasión sólo lo conocen ellos mismos y no tengo a Franco para escuchar su versión. No obstante, pienso que hay algo que no cala en todo esto, que se dio un giro perverso porque no se puede descalificar toda la obra de Agudelo Duque simplemente porque este sea “gruñón” o no sea amigo de todos o les eche sátiras a otros autores de un modo que podría caer también en lo perverso. Pero pienso que en este oficio son necesarias esas "enemistades literarias”, aunque unos la asumen con más severidad que otros.
Cuando Adalberto termina el segundo trago, son ya cerca de las seis de la tarde. Contrario a lo que sucede en esta ciudad gris, hay un bello crepúsculo que ilumina sus laderas. Es cuando decidimos continuar haciendo esta semblanza desde su casa, desde el sitio que Franco casi describe como un lugar en donde sólo pueden verse techos de zinc raídos por la miseria que la rodea. Ante esa escena, Agudelo sonríe socarronamente y no pude dejar de decir con esa voz que ya le conocemos: “Pobre güevón, se ve que no vive en esta ciudad”.
Segunda parte en la próxima publicación
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