martes, 30 de agosto de 2011

"Yo es otro"

De repente, Vitangelo Moscarda se da cuenta que tanto su mujer como sus amigos lo ven de un modo muy distinto a como se ve él mismo; es decir, el Moscarda que ellos están acostumbrados a ver y sentir aparece ahora con rasgos que propiamente no le pertenecen, que no le conocen, que lo hacen un hombre diferente a sí mismo, irreconocible. Entonces viene la confrontación con el espejo para ver con ojos propios lo que ellos ven, descubriendo, para mayor trauma suyo, que él continúa viendo la misma imagen de siempre. Sólo después, cuando comienzan a suscitarse situaciones incómodas de reconocimiento con aquellos que lo rodean, cuando comienza a sentirse un extraño entre ellos, despierta una obsesión incluso inútil por hallar en los espejos su propia “identidad”. Esa búsqueda de su “yo” en los espejos lo conduce a buscar el extraño que sus seres queridos ven, el doble que pueda existir, y para eso experimenta con los ojos cerrados, situándose frente al espejo, sabiendo que allí posiblemente se refleja ese otro yo, ese doble, pero cuando los abre ve la misma imagen suya, la que conoce: su rabia lo lleva a tal enajenación que ve otra figura reflejada, parecida pero no igual, que es lo que las personas ven en él, que se acomoda a cada uno según su naturaleza. En efecto, Vitangelo Moscarda entra en una degradación de su yo interior que crea nuevas personalidades para cada hombre, exterioriza a ese doble, a ese extraño según sea la ocasión y el lugar, comienza a vivir con su doble que se renueva una y otra vez, a dar vida a esos personajes que sólo cree reales en su imaginación. Entonces las personas que le conocían, impotentes ante lo que perciben, lo toman por loco. Moscarda queda indudablemente subyugado a su doble, a ése que cada vez que pasa por un espejo saluda efusivamente como a uno más.

Vitangelo Moscarda, uno de los tantos personajes del escritor italiano Luigi Pirandello, es copia exacta de aquello que nos toca vivir durante constantes periodos de la vida: El juego de los espejos, la búsqueda del doble, del yo interior, de la propia identidad, del ¿quién soy yo, del ¿qué es lo que quiero en la vida? Todo sucede en una serie de planos, por así decirlo, tan rápidos como el agua de un río al pasar por entre la garganta de un peñasco.

El tiempo, bien sabemos, es escurridizo. Los filósofos han buscado la verdad del retorno, del inicio, de la levedad de ser, del misterio de la muerte, entre tantas otras disecciones. Pero ahora, en un intento desaforado, tal vez motivado por personajes como Vitangelo Moscarda, por las constantes fluctuaciones del modernismo, de la era de la electrónica, del consumismo, de la globalización y de tantos vicios más, nos vemos abocados a un sinfín de circunstancias que enloda el pensamiento del hombre, que lo hace caer o dudar, que lo obliga inexorablemente a pararse frente a un espejo y hablar como en lenguas ante lo que ve.

“Yo es otro”, dijo Arthur Rimbaud en las postrimerías del siglo XIX, en medio del auge del simbolismo. Yo es otro, como anticipándose a nuestros días pero sin pretender ser moralista -yo tampoco lo pretendo- porque como dice Camus “no se puede disertar sobre la moral”. Sin embargo, yo es otro parecen gritar tantos ciudadanos ya sea porque buscan esa identidad o las circunstancias que los han llevado a ella son inevitables.

Pero que así suceda con escritores que, por hacerse merecedores de un pedestal dentro de una marcada burocracia, o porque la grandeza que sienten tener no les permite caminar sobre la tierra o volver a untarse de barro crudo, sí es preocupante. Enseñan máscaras tan impostadas que los espejos se revientan; rostros tan desproporcionados por el ego, por el despotismo, por la soberbia, que causan gracia, verdadera gracia como un payaso al quitarse el maquillaje. Los malos modales, las agresiones físicas y verbales, la descortesía entre unos y otros, las banalidades en las que entran como si todo mundo tuviera qué rendirles pleitesía, los convierte (ni siquiera yo me salvo) en aquello que muchas veces denuncian o critican.

A lo que quiero llegar es que si los que escriben continúan aprovechándose de esa credibilidad para agregar más violencia a un país que, por el contrario, necesita de sanos criterios y de otras acciones conjuntas; si siguen despotricando para agredir o aprovecharse de los escritores menos influyentes o menos leídos, la corriente de agua que trae lo más insano de la sociedad nunca va a detenerse, nunca va a permitir que la palabra sirva de unión entre los pueblos. Si los escritores mismos pelean entre sí del modo en que lo hacen, no deben esperar nada bueno de nadie, no deben esperar nada bueno cuando se miren al espejo (aunque muchos no lo esperan ni les importa y precisamente ese es el meollo del asunto). Y no es que el escritor deba ser una mansa oveja camino al esquiladero; simplemente es ser un poco más tolerante con lo que le causa disgusto o no es de sus afectos, que volvamos a la crítica constructiva que oriente mejor las artes y el pensamiento humano.

Es entendible que no se puede ser querido por todo el mundo, pero mi protesta va para que ese “yo es otro” no sea tan vulgar, y no nos encerremos en tantas polémicas que lo único que aportan es más violencia a la violencia, que sean retratos de un Moscarda cruel, cretino y desfigurado.

Finalmente, el poeta Juan Manuel Roca (quizá dándole una interpretación un tanto atrevida), lo descifra en su Canción del que fabrica espejos:

Yo fabrico espejos
Al horror agrego más horror
Más belleza a la belleza

2 comentarios:

Anónimo dijo...

NO SIEMPRE ES EL EGO O LA ERUDICIÓN DEL ESCRITOR O "CRITICO" LO QUE IMPULSA ESAS REACCIONES,MUCHAS VECES ESOS COMPORTAMIENTOS SON PROVOCADAS POR LOS CELOS, POR ESE TEMOR DE RECONOCER EN EL OTRO, ANTES QUE A UN PAR, A UN POSIBLE RIVAL QUE PUEDE LLEGAR A SER ( O EN MUCHOS CASOS ES) MEJOR QUE QUIEN HABLA, Y NO SÓLO EN EL SENTIDO LITERARIO....

kathalejo dijo...

La humildad es el privilegio de los grandes, recuerdan las sagradas escrituras. Cosa que muchos, y no solo nuestros escritores (sino músicos, deportistas, etc) que de la noche a la mañana y tocados por las bondades de un premio, pierden hasta su razón de ser. Pierden el piso y hasta el acento con que dieron su primer lloriqueo. Y obnubilados por las luces de un sistema que les ciega de aplausos y los hace bufones, vedettes de show bussines opinan y pontifican haciendo eco a la matanza y las monstruosidades de un sistema que legitima en ellos las máscaras de su falsedad.
La literatura ante todo como búsqueda debe ir hacia el encuentro consigo mismo y no al espejo de la barbarie en que nadie quisiera mirarse. El ser auténtico del que hablaba el maestro Fernando González, parte de su interioridad y fundamentado en sus raíces e ideales crea su razón de ser
y con un criterio propio no solo se reconstruye a sí mismo sino que abre los ojos a una conciencia despierta y abierta. Muestra y enseña
su mundo, en una lectura natural y auténtica que permite al otro mirar en sus entrañas el reflejo claro, vital y cruel de su realidad. La misma que cubierta por los velos del ego falso negamos ante las luces y los aplausos que a la víctima sube como palma y la verdadera realidad baja como cocos.
Por eso y volviendo a la máxima bíblica, el arrogante será humillado y el que se humilla será ensalzado. Porque el primer síntoma de la grandeza y sabiduría de un hombre es ante todo su humildad y honestidad consigo mismo y con los demás.
Gracias Pino Varón por el valioso aporte de sus post.
Usted mismo lo dijo en uno de sus poemas de otro tiempo: “Ni siquiera son ellos mismos cuando se sientan frente a un papel/ pensemos mejor que son solo niños/ jugando a tener el sueño más lindo/ y si no hemos de entrar a sus laberintos no los condenemos ni los llamemos bastardos…”
…………………..Un Taliván-káno