miércoles, 20 de agosto de 2008

El Festival de Poesía: breve historia de un desencuentro

Colombia, país del sagrado corazón, se ha venido destacando por ser emporio de grandes eventos culturales; tan grandes que trascienden fronteras y los elevan a categorías que, si alguna vez soñamos, no creímos fuera a darse el reconocimiento aún en medio de tantas manzanas de discordia. Y es posible que estas palabras vayan a ser una más; es posible, aunque el ánimo que las fundamenta es otro: el de tejer una red de mayor cofradía al interior de uno u otro Festival Internacional de Poesía.

EL DESENCUENTRO

Hace poco fui invitado por segunda vez a un Festival Internacional de Poesía (he de anotar que no daré su nombre para no despertar más suspicacias y por respeto, al fin de cuentas, a todos los Festivales). Una llamada a mi teléfono personal dio cuenta de la invitación y de mi disponibilidad para elaborar la programación según sus necesidades. No obstante, sabiendo que ya figuraba entre los invitados y que efectivamente había una programación donde mi nombre aparecía en varias actividades, llegó el día de la apertura del evento sin que yo volviera a recibir comunicado alguno. Decidí esperar a que pasara la apertura, creyendo que no había sido necesaria mi participación en ella, pero para el segundo día de iniciado el Festival, aún no recibía ningún comunicado oficial de los organizadores sobre mi participación. Un poco confundido por esta singularidad, tomé aire y decidí llamar a uno de los organizadores, informándole sobre la situación, a lo que mi buen amigo pidió disculpas en nombre del evento y de su director, manifestando que posiblemente había sido un olvido; que mi participación era un hecho, y que, pidiendo de nuevo disculpas, me desplazara a la sede que allí me informarían todos los detalles del mismo, puesto que tenía para ese mismo día una lectura, y otras actividades en los días siguientes. La verdad, pudo más mi deseo de encontrarme con algunos viejos amigos y conocer a otros escritores de quienes ya había tenido noticia, que mi propia vergüenza de sentirme “desplazado”. Pese a esta vacuidad, creyendo con fidelidad que por las múltiples ocupaciones que un evento de tal envergadura trae consigo, se les había pasado comunicarme a tiempo mi participación y la relación de otros detalles propios de un Certamen; acudí entonces al llamado de la poesía. ¡Pero qué equivocado estaba! Mi presencia allí fue poco menos que una sombra sobre el agua. Yo no buscaba protagonismo alguno, valga aclarar; pero que a duras penas una linda muchacha pudiera medio informarme sobre las actividades a realizar, con la zozobra de no saber si yo tenia derecho a un café, a un almuerzo, a una sonrisa o de asistir incluso a la clausura misma, sí me dejó con un poco menos de aire en los pulmones. Quienes me asistieron escasamente me conducían al vehículo con los demás escritores, pero ni siquiera sabían, daban la impresión, a qué iba yo. Es más, ni siquiera mi nombre ni datos bibliográficos estaban en sus protocolos. Y el día de la clausura -como en la apertura-, ni siquiera se me preguntó si deseaba asistir, ya que era una opción más para los poetas internacionales que para los propios, o al menos esa también fue la percepción. Desde el primer día hasta el último, me sentí como un ratón husmeando en casa vecina, como un auto-invitado o entrometido, como un intruso en un espeso bosque de niebla. Esa es la verdad, para no dar más detalles vergonzosos.

TRAICIÓN DE VUELTA

No se trata de que yo esté sangrando por una herida incurable. Es lo que menos deseo ambientar, pues afortunadamente me desenvuelvo en un mundo benévolo. Tampoco se trata de denigrar a gritos sobre lo que se vive en un Festival de Poesía cuando nos va mal, pues el solo hecho de que existan estos eventos en nuestra querida patria, es ya una gran hazaña donde gana el pueblo y la cultura. Es otra cosa la que me mueve a escribir lo anterior, ligada a la dignidad humana, al buen trato, a la cordialidad, al respeto, sobre todo, por lo que hace uno y otro. Yo reconozco que no soy un William Ospina, un Mario Rivero, un José Luis Diaz-Granados, un Juan Manuel Roca, un Darío Jaramillo Agudelo, un Jota Mario Arbeláez, un Juan Felipe Robledo, una Piedad Bonnet (poetas a quienes admiro y respeto, entre otros); yo reconozco que mi obra está en proceso de maduración y de muchas exaltaciones y reflexiones; y reconozco otras cosas más que soy y no soy y que no voy ahora a mencionar; pero de ahí a que fuese una especie de ratón de laboratorio, a que no fuese tratado con ese respeto igualitario que merecíamos todos en el Festival en mención, desdice mucho de la honorabilidad, la amistad y el respeto. Yo considero, es mi punto de vista, que si hay un colombiano invitado a un evento literario, gráfico o en modo alguno de expresión artística, es porque ese colombiano se lo ha ganado, se lo merece, así de sencillo (aunque hay muchos casos de simple amistad o rosca política).
Sea como fuere, no hay derecho a que estas situaciones se presenten, a que haya tanto estigma por los nuestros (pues allí percibí la misma sensación en otros autores locales). Así como están las cosas, pienso que estamos destinados a fracasar (no yo, sino el evento en mención, pues en otros festivales a los que he sido invitado las cosas ha sido muy distintas); a quedar mal ante el mundo. Yo no me siento mal por como fui tratado; no. Me queda es un sinsabor de que si hablamos mal de un estado y le echamos la culpa de lo malo que nos pasa, nosotros, desde la palabra, desde los encuentros literarios, propiciemos aquello que deseamos combatir con poesía.
Mi llamado va entonces a que si invitamos a un colombiano, lo tratemos por igual que a uno extranjero. La esclavitud y el desequilibrio de los derechos deben ser sujetos del pasado. No seamos tan displicentes, tan airosos con los nuestros. Y si lo vamos a hacer porque consideramos que no “vale tanto” como el otro invitado, entonces no le hagamos perder más tiempo, evitemos molestias, resquemores; evitemos abrir grietas, hacer lo que no queremos que nos hagan. Eso es una traición, que yo llamo “traición de vuelta”; porque las páginas dan la vuelta, y es posible que el día de mañana sea uno el que logre estar allá donde ni siquiera pudieron llegar los que hoy se ufanan de estar cerca de la montaña. La soberbia y mirar por debajo del hombro; menospreciar el trabajo de otro, es lo que jode aun a muchos escritores nuestros.
Los Festivales de Poesía, sean en la ciudad que se realice, son un canto a la palabra, a la paz, a la igualdad, a la libertad de ideas; son una muestra digna de lo que soñamos entre valles y montañas; por tanto, lo que he contado atrás, que sea un alto en el camino para reflexionar en que unos y otros debemos trabajar unidos en procura de esos ideales, del hecho poético, del retorno al principio de la palabra decantada.