viernes, 21 de enero de 2011

La humanidad de Archer


Hace un par de días recibí un correo del poeta Felipe Agudelo. En él, me cuenta su impresión de la lectura que tuvo con mi primera y reciente novela El juego de Archer. Deseo compartirla con ustedes, no porque esté llena de elogios, sino porque su mirada es la de un lector juicioso que no sólo se limita a leer una obra sino a dar su propia interpretación, que es lo que uno espera de sus lectores, porque una historia se reinventa cada vez que alguien la aborda. Transcribo su texto:


El tiempo es el mejor asesino

Apreciado Adrián, en este instante paso del punto final de El juego de Archer a este teclado. Aunque comentarle su novela es atrevido y peligroso –por ser su amigo–, me animo dejando de lado al máximo el elogio fútil al que lo pueden llevar a uno los afectos. Deduciré. La novela me deja dos ideas y una sensación –lo más importante para el lector.
La primera idea es la envidiable manera de traducir lo cotidiano a un lenguaje literario, ya que si bien, la literatura se debe construir de las conversaciones de calle, de los vicios de las familias comunes… de la crema y nata, nuestra cotidianidad llega incluso a veces a ser antipoética, y en el peor de los casos, anti-literaria. Por eso resalto la difícil tarea, si es que de su mente provino, de divertir y sorprender con paisajes tan vistos, que han empobrecido nuestra retina para verlos, usted lo cita: “el ojo acostumbrado afea las cosas”; si de su sensibilidad se trata, no resalto ninguna tarea, sólo lo felicito por el don.
Los autores de los clásicos se consideraban dioses, es más, nosotros los consideramos como tales. Era el tiempo del espíritu y quien pensara podría ser dios. El novelista de ahora no es un Dios –consolémonos escuchando a Huidobro cuando escribe que el poeta, y le agrego que cualquier literato, es un pequeño dios–, y eso en su novela se evidencia de tal forma que leí acciones de mi vida, pensamientos míos o cercanos; en una palabra, humanidad. Eso para mí es fundamental como lector que arriba a la literatura buscando espejo de miserias –porque lo que sale pierde fuerza adentro– o como tabla de náufrago. Reconocer las perversiones y canalizarlas, escuchar el subconsciente sin soñar, es cuestión de virtud, de espíritus nobles, o por lo menos tranquilos.

La segunda idea surge al percibir en la novela el mismo deseo de gran parte de los literatos: construir sus personajes con algo de cultura, o para no ser pretencioso, con algún tipo de sabiduría y sensibilidad. En la novela don Julio es un intelectual –pensaría por su ética que el término es intelectualoide–, Walter predica con palabras precisas como el más grande de los sensei –por eso te enseño sin dobleces, para que seas mejor que yo–, la sirena de 23 tiene la fortuna de leer en su sentido puro literatura extranjera y la precaución de no caer en las trampas poéticas del escritor asesino. Y Efraím Bartolomé es una caja de agua, gracias, Adrián, por recordar que existe… Lo anterior hace que un escrito tenga la perfecta idea de pretender la perfección humana: errar con la mente.
La sensación –lo más importante para el lector– consiste en la obligación que cada vida tiene de construir arte; y es obligación porque el arte da felicidad, y una vida sin felicidad no es vida así sea un intento constante de vivir. Archer es de los seres que busca ser feliz, y por eso intenta una forma de arte, ya que, sarcasmo suyo o venda del personaje, no reconoce que el trabajo de leer y escribir es de por si un arte mayor. Es ahí cuando asesina, intentando cumplir el criterio mayor del arte: la euritmia, la conjunción exacta de las partes en una obra, llámese escultura, escritura (de ahí mi vicio, que creo que percibió en el librito de poesía mío, de la métrica), arquitectura, pintura, cine, o simplemente el asesinato perfecto –más difícil de conseguir que la escritura, su otro arte, por los seres que lloran a sus muertos–. Negándome a pensar que este último envilece el arte como tal, considero que el arte enaltece un crimen, o por lo menos lo humaniza, que es a lo máximo que aspira cualquier situación.
Pd1: aunque El juego de Archer también es una historia de amor, no opino sobre este tema ya que posiblemente fue escrito con vísceras, de otra forma no me hubiera dejado la apreciación de una bella y sencilla historia de amor.
Pd2: a parte de la neurocirugía, de las ramas de la medicina que más me gusta es la medicina forense. Imagino su novela con la presencia de medicina legal y me daría para escribir una segunda parte u otra novela, respetando, claro está, la idea original.

Felipe Agudelo Hernández
Poeta Caldense

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